diciembre 01, 2009

Dijo: ¿A cuál matar?


Ahora se encontraba en una desesperada carrera, jadeando entre el matorral que lo lastimaba, sintiendo todo el peso de la edad y la falta de entrenamiento en esa pavorosa corrida hacia el peñasco adonde había creído ver a un hombre arrojarse a la muerte.
La dimensión expansiva de la leyenda del epitafio cobraba de pronto su sentido más profundo: “no somos uno, estamos habitados”, y como se sabe, toda aglomeración deviene en conflictos.
Podría corregir esta parte y reemplazarla con la parte en que el hombre está ante una copa de líquido seco, con los codos apoyados en la mesa de estaño, pero no, ya no se encuentran de esas mesas en la ciudad.
Supongo que habrá que perderlo todo para abordar anónimamente el musgo.

Iván
-de Argentina-