diciembre 14, 2009

Dijo: ¿Qué si dijera que te creo?

Testimoniales y cuerpos
“…La imagen de felicidad que cultivamos
se encuentra teñida por completo por el tiempo
al que el curso de nuestra propia existencia nos ha confinado.
Una felicidad capaz de despertar envidia en nosotros
sólo la hay en el aire que hemos respirado junto con otros humanos,
a los que hubiéramos podido dirigirnos;
junto con las mujeres que se nos hubiesen podido entregar.
Con otras palabras, en la idea que nos hacemos de la felicidad
late inseparablemente la de la redención.
Lo mismo sucede con la idea del pasado,
de la que la historia hace asunto suyo…”
Walter Benjamín. “Tesis sobre filosofía de la historia”




¿Qué si dijera que te creo?
¿Qué se que has sufrido, que se que has casi muerto, cuando a él muerto lo encontraste, recostado en un colchón de hojas, aterciopelado y con olor a olvido, a tortura, a la necesidad de sangre fresca e indomable? ¿Qué si dijera que sentí también, que a pesar de la fetidez, el aroma a sueños, también mi inundó el cuerpo?
¿Qué si te dijera que lo he vivido contigo, que tus sentires son míos, que tus adioses impulsan las falanges de mis manos a que dibujen en el aire un adiós momentáneo, porque ni tú ni yo, ni muchos otros, nos resignamos al adiós…?
Porque su silueta, la de él, que sí tiene rostro y domicilio, es cómo la de tantos que no la han tenido…
¿Qué si te dijera que yo también los extraño, como hermanos, cumpas, amigos, padres…?
¿Qué si te dijera que también los he amado, y aún, los amo…como familia, como amantes, como renegados incansables…?
¿Qué si te dijera que al leer tu rostro, al secar tus lágrimas, al dejar entrar tus palabras, todo se hizo eco y carne en mi cuerpo?

Porque de eso se trató ¿no? Destruir sus cuerpos, erradicar sus huellas, mutilar sus pensares, amputar sus jardines de flores y sueños, ¿verdad?

De podar ese jardín sobre el que crecía una generación, de hacernos creer que estaban locos, como las locas que después reclamarán por sus cuerpos, o esas otras chifladas que buscaran incansablemente esa brújula adecuada que las ayude a reconocer a pequeñitos y pequeñitas que vagaron o aún vagan por ahí sin conocer el aroma a casa, a hogar, ese nimio detalle de genética…

Pero, ey, es así, yo te creo.

De golpe, Bruno en mi cabeza, y lo que gritó a sus verdugos: “Ah!... Prefiero mil veces mi muerte a vuestra suerte. Morir como yo muero... no es una muerte ¡no! Morir así es la vida; vuestro vivir, la muerte (…) ¡Mas basta!... ¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra, ¡Cobardes! ¿Qué os detiene?... ¿Teméis al porvenir? ¡Ah!... Tembláis... Es porque os falta la fe que a mi me sobra... Miradme... Yo no tiemblo... ¡Y soy quien va a morir!”… ¿qué si re-pensamos ese martirio físico, impuesto e inyectado bajo la piel de una generación, buscando vorazmente arrancar la agonía que se expande y ciega, para rescatar lo que quedo vivo de esos cuerpos, que no es solo memoria histórica, que no es solo conmemorativo, sino mas bien constructivo...

Han pasado muchas horas, y tal vez, dieron ya las campanadas exactas para reconstruir sus cuerpos, para extirparles la agonía y darles nueva vida…
¿podría ser?

Pero,
insisto,
te creo, no solo te escucho, sino que digo, te vivo, te siento,
y ojala, el/ella, cuando sea su tiempo y momento,
también lo sienta…



Lagrima Luna, diciembre 2009

diciembre 10, 2009

Dijo: Paralelismo

en este cielo que excede el universo
me pienso tiempo
con este cántaro
edifico los nombres
herederos del agua

me pienso río
de aromas destejidos
en los escombros del día

estar sola
estar sola y mi reflejo
estar sola y otras lenguas
estar sola y con Dios
y el riesgo

evidentemente
entre lágrimas y vuelos apareados
acuesto mi voz en los espejos


Cristina
-de Perú-




diciembre 01, 2009

Dijo: ¿A cuál matar?


Ahora se encontraba en una desesperada carrera, jadeando entre el matorral que lo lastimaba, sintiendo todo el peso de la edad y la falta de entrenamiento en esa pavorosa corrida hacia el peñasco adonde había creído ver a un hombre arrojarse a la muerte.
La dimensión expansiva de la leyenda del epitafio cobraba de pronto su sentido más profundo: “no somos uno, estamos habitados”, y como se sabe, toda aglomeración deviene en conflictos.
Podría corregir esta parte y reemplazarla con la parte en que el hombre está ante una copa de líquido seco, con los codos apoyados en la mesa de estaño, pero no, ya no se encuentran de esas mesas en la ciudad.
Supongo que habrá que perderlo todo para abordar anónimamente el musgo.

Iván
-de Argentina-